Distancia que acerca

Por Fernanda Grimaldi
Consultora especialista en comunicación y marketing. Licenciada en relaciones públicas, con maestría en comunicación institucional y posgrado en recursos humanos.
fgrimaldiarg@gmail.com

La vida se cuela en los detalles. En esos pliegues que apenas notamos, en los escalones de las escaleras que subimos o cruzamos, en los pétalos de las flores que se van deshojando, en las arrugas alrededor de los ojos de aquel a quien queremos, en las letras del nombre de nuestro amor, en esos rincones en los que cuando nos hacen cosquillas no podemos dejar de reírnos.

Muchas veces estamos tan atentos a cosas que nos distraen de lo importante o esencial que nos perdemos y nos dejamos seducir por brillos efímeros, intrascendentes. Nos enredamos en una carrera de obstáculos que nosotros mismos nos imponemos y en la cual corremos solos.

De repente algo invisible nos sacude y nuestras vidas se cubren de un humo que incomoda. No vemos bien y tenemos que frenar, dejar de correr y parar inquietos por no saber siquiera donde estamos y si llegaremos a un lugar seguro. Miedos e incertidumbre nos envuelven a todos por igual. No respetan ni el pasado, ni el futuro. Tampoco lo que hemos hecho o nuestros proyectos, ni que tan buenos o malos somos o cómo actuamos a nivel individual y social. Y todo aquello que dábamos por sentado desaparece. Esas pequeñas cosas que no mirábamos, registrábamos o valorábamos porque siempre estaban ahí se nos escurren de las manos. La única manera de frenar a esa brasa que empezó a quemarnos es quedándonos aislados. En casa. Sin contacto con el mundo exterior, salvo contadas excepciones.

El escenario luce extraño. De un momento para el otro estamos obligados a actuar y vivir con muchos condicionantes que no elegimos. La vida misma nos impone de manera forzosa e inapelable esta única opción para que todos podamos tener más adelante la posibilidad de elegir y disfrutar todas las opciones

Y este confinamiento que implica distancia de los demás, en realidad lo que nos pide es alejarnos para poder estar más cerca. Es ensimismarnos, reforzar nuestro ser, nuestra individualidad, nuestra entidad como seres independientes para que todos como comunidad, sociedad, familia, escuela, barrio, ciudad, podamos sobrevivir y salir fortalecidos.

Quedarnos en casa, cambiar hábitos, incorporar nuevos ritmos y rutinas, ceder parte de nuestra libertad y hacernos cargo de temores y dudas, genera mucha ansiedad. La oportunidad de hacer muchas de las cosas que siempre anhelamos pero posponemos para cumplir con obligaciones algo deseado pero no esperable y nos toma tan de sorpresa que no podemos aprovecharla. O no sabemos. Por ejemplo, pasar más tiempo en casa, jugar más con nuestros hijos, dedicar tiempo a algún proyecto personal, leer, escribir, conversar sin prisa con quienes queremos, o simplemente no hacer nada. Porque hay ideas, pensamientos, deseos que exteriorizamos e íntimamente creemos que son difíciles que se cumplan, pero los sostenemos como una ilusión en la lista de los imposibles.

Este virus nos vino a decir que el hombre no tiene el control de nada en el universo, que no podemos hacer lo que queremos sin tener en cuenta como afectamos a quienes nos rodean, que hay un orden natural, cosas que no podemos descuidary que quizás sea el momento de revisar dónde y en qué debemos poner el foco si todos queremos vivir mejor.

Restringirnos de manera intempestiva y forzosa de aquello que nos hace seres amorosos y sociales como la proximidad física, los abrazos, los besos, las caricias, el compartir un mate, salir, reunirnos, es feroz para la mayoría. Sin dudas, si somos capaces de reconocer que el principal desafío de esta cuarentena y aislamiento social es lograr convivir con nosotros mismos, sostener nuestras inseguridades y transformarlas en fortalezas, asumir la soledad de no poder ser con los demás pero sabiendo que justamente con este cambio lo que estamos haciendo es poner el énfasis en el otro, al cuidarlo con nuestra distancia y fortalecemos nuestra red de contención a nivel personal, familiar, laboral y comunitario, habremos aprendido lo más importante. Y seguramente entendamos en carne y hueso que sobreponernos y ser resilientes es la virtud y capacidad más grande que tenemos como personas. Y es la que hoy todos en menor o mayor medida estamos poniendo a prueba, en algunos casos por primera vez.

Nunca es tarde para aprender y cambiar, incluso cuando el costo sea alto, tenemos la posibilidad de decidir cómo vivir las situaciones que nos tocan atravesar. Siempre, siempre está en nuestras manos dar vuelta incluso hasta la pandemia más terrible y arruinarle la fiesta a los miedos y demonios. Seamos aguafiestas y vayamos planificando cuál será nuestra gran celebración cuando todo esto se termine y tengamos al alcance de la mano todas esas opciones que hoy extrañamos. Yo elijo celebrar la vida. Simplemente eso.