El Patito Feo

Qué difíciles son las comparaciones. De hecho, el saber popular dice que son odiosas. Pero ¿es así? Compararnos debería permitirnos crecer. El tema es con qué nos comparamos y en qué momentos lo hacemos.

Si hay algo que siempre consideré, es que para poder conocer un país, cualquiera que fuera este, hacía falta tener en cuenta dos consideraciones básicas. Su comida y el orden en el que viven sus habitantes (opinión claramente personal basada solo en experiencias de viajes). Poder observar esto y comparar con lo que tenemos para poder sacar lo mejor de uno y otro para poder aplicarlo en nuestro día a día.

Conocer una ciudad, una región o un país a través de su comida es una de la experiencias más satisfactorias de un viaje (podemos exceptuar la experiencia de viajar en tren en Argentina). Los platos culinarios propios del destino que visitamos nos pueden decir mucho del mismo y de las personas que lo habitan. Conocer por qué se producen esos tipos de alimentos, cuál es su historia, qué relación tienen con la persona que los produce para nosotros, nos dará una idea de su historia y de su presente. Nosotros, por suerte, tenemos una base alimenticia cada día más nutritiva. Harina, arroz y más harina, acompañada con Manaos flavor free.

Las transformaciones sociales introdujeron nuevos hábitos alimentarios y consecuentemente nuevas identidades que pasaron a formar parte de lo cotidiano, generando nuevas necesidades que surgieron como consecuencia de los cambios económicos, sociales y tecnológicos a lo largo del tiempo y que afectaron de distintas formas a los diferentes países.

Por otro lado, y casi en el mismo nivel de importancia, el orden en que se encuentra ese país, en cuanto a su funcionamiento como sociedad también nos brinda un entendimiento de su presente. Hoy en día, en medio de profundas transformaciones políticas, económicas y sociales (y en plena campaña política en nuestro país), América Latina se debate en el que es, quizás, el proceso más radical de los últimos 100 años: cómo equilibrar y ordenarse en todos los aspectos. Deberíamos analizar cada país en particular, pero solo con entender las particularidades del presente de Argentina, Bolivia, Venezuela, Brasil y Ecuador tenemos un claro pantallazo de nuestra región (obviamente hay quienes están peor, pero no sé mirar hacia abajo).

Desde cada lugar, el aporte individual es fundamental. Sin necesidad de entrar a analizar la fundamental importancia de la ética y la integridad personal (de lo que se carece y mucho y deberíamos tenerlo en cuenta a la hora de votar), la forma en que se conduce un país dice mucho acerca de su propia idiosincrasia. Su pasado es su presente, y eso puede resignificar en positivo o negativo, el eslabón de cada momento que construye el futuro (estamos en el horno).

La actitud muy repetida en América Latina (iba a escribir Pinamar, pero vos ya entendiste) de cubrir con pintura y maquillaje cualquier situación no deseada desde las empresas, los gobiernos, las gestiones públicas y hasta el deporte, intentando disimular las imperfecciones, la corrupción a niveles extremos y los errores, no hace más que disimular lo indisimulable: el estado de ánimo del ciudadano común; el que le da vida al país (50% trabajo en negro, 30% pobres, 6% indigentes, 30% inflación, clubes fundidos, Estado desmembrado, instituciones intermedias en la lona, sensación de inseguridad, corrupción es todos los estamentos públicos, justicia para pocos, policía y fuerzas armadas poco preparadas y enfrentando a pobres contra pobres, piquetes con capuchas, Cristina y sus secuaces con intención de voto y todavía festejamos cada fin de año. ¡Somos unos cracks!

Ahora bien, empecé comentando esto, sin querer aburrir demasiado (mala mía si lo hice y entiendo si ya abandonaste la lectura o si ya te ofendiste, fundamentalista), porque durante estos días que estuve de viaje me puse a analizar y comparar nuestro estilo de vida con el del viejo continente, intentando buscar un justificativo, de por qué estamos como estamos. En realidad lo que pensaba era por qué no podemos estar como nos gustaría (¡solo queremos una vida normal!).

Entiendo que las comparaciones son odiosas, pero son necesarias si uno quiere ser mejor día a día. No podemos comparar a nuestro intendente con otros anteriores, porque para eso deberíamos tener uno. No podemos permitirnos creer que somos inferiores, por el solo hecho de ver que lo que otros tienen es inalcanzable. Me rehúso a creer y pensar de esa forma.

Nuestra ciudad, mejor dicho, nuestro país es un caos. Si te ponés a analizar detenidamente, prácticamente no funciona nada como debería, aunque para algunos está todo fantástico. Y no estoy hablando de cuestiones económicas o tecnológicas. Hablo de las cuestiones más fundamentales para el desarrollo de cualquier sociedad civilizada (somos indios sapiens). Realmente debemos pensar en realizar un profundo cambio social para poder lograr tener una sociedad igualitaria, donde exista la previsibilidad, que haya reglas claras, y que sean las mismas para todos, donde se priorice el bien común fundamentalmente (acá te pido que desde el discurso retórico analices quién te propone esto antes de votar).

Pensaba y analizaba el orden de cada país. Como todo funciona de la forma y en el tiempo que es esperado. Todos saben qué hacer y cómo hacerlo. Existen protocolos, normas sociales estandarizadas, por decirlo de algún modo. Las calles, impecables en cuanto al estado operativo y de limpieza; el tránsito, ordenado, donde la bocina es considerada en caso de emergencia y no para dejar sordo al que se equivoca en una maniobra. El respeto del ciudadano común hacia sus pares, donde se da el paso en cualquier calle, donde se sigue saludando en los encuentros y en las despedidas, donde la gente habla correctamente sin empezar con “Eameo”. Las instituciones educativas son valoradas y respetadas. La gente viste bien y se comporta de manera educada. El transporte público es de excelencia, y es política de Estado conservarlo de esa manera, donde todos los habitantes pueden utilizarlo independientemente de la clase social que integren, ya que opera y se encuentra en perfectas condiciones, lo cual influye directamente en el modo de vida cotidiana de todos los sectores.

Todas estas apreciaciones, las cuales son tan solo algunas, no escapan a la posibilidad que tenemos como país de obtenerlas. Sabemos que el camino es terriblemente largo, y todos hemos sido responsables en mayor o menor medida de llegar a este estado, pero no podemos resignarnos a vivir solo con dignidad. La dignidad es K, nosotros tenemos que vivir bien. Yo no quiero dignidad, yo quiero calidad de vida. No debemos acostumbrarnos, porque vamos a ser como el sapo que se encuentra en la olla con agua calentándose hasta hervir. Ya será muy tarde para cuando nos demos cuenta.

Un país ordenado es sinónimo de una economía ordenada, lo cual, de lograrse y mantenerse en el tiempo, asegura bienestar futuro y condiciones óptimas de vida. Eso es lo que debemos lograr para dejar de ser el patito feo del mundo.