La infertilidad, aspectos psicológicos, en la mujer

"Cuando no imaginan por lo que estás pasando te juzgan como si lo supieran todo de vos, te hacen preguntas que invaden tu privacidad sin pensar si tenés ganas de mostrarla"

“Quizás estés pensando que tu espera es eterna, desesperada y desesperanzadora. Quizás estés sintiendo que tu momento nunca va a ser tuyo, que siempre hay otra mujer que te lo roba. Y poco a poco te vas acostumbrando al dolor, lo vas haciendo tu amigo. Seguís adelante porque la inercia te lleva, pero en el fondo sentís que estas corriendo sin pies. Buscás a tu alrededor y tu sufrimiento es menospreciado, incomprendido, ignorado... te dicen ¡que no pienses más en eso y llegará solo! ¡No saben nada! ¡Cómo no pensar si es lo que mueve tu mundo interior!

Cuando no imaginan por lo que estás pasando te juzgan como si lo supieran todo de vos, te hacen preguntas que invaden tu privacidad sin pensar si tenés ganas de mostrarla, te aconsejan o exigen que llegues a una meta que sólo vos sabés que está muy lejana y pensás: si se enteraran cómo lo deseo... y esa crueldad –aunque no debiera– te hiere profundamente. Cuando lo saben y te ven mientras pasan los años inclinan la cabeza hacia un costado y hasta si fuiste orgullosa toda tu vida también empezás a acostumbrarte a ese gesto de lástima. Y te traen medallitas, estampas, rosarios, la cinta de no sé qué virgen cuando probablemente vos te estés cuestionando la existencia de Dios. Y todo vale: te recomiendan curanderos, rituales ridículos, spas, te cuentan historias increíbles, por años en cada brindis de año nuevo te desean lo mismo y terminás pensando que tenés un deja vu... pero, claro, no podés quejarte ni gritarles que no hace falta que te lo recuerden cada vez porque están llenos de buenas intenciones y sería descortés.

Y ves cómo tus amigas, tu hermana, tu prima, se llevan el premio sin siquiera haber competido mientras vos seguís corriendo con desventaja. Y tu corazón se destruye y sin embargo estás ahí para felicitarlos.

Mientras tanto tu útero sigue esperando. Posiblemente sentís que no sólo te estás defraudando a vos misma sino también a la persona que te acompaña, posiblemente que la estás condenando y perdés seguridad como mujer y sentís que no merecés ser feliz.

Y la espera cada día es más larga, más difícil, se presentan cada vez más obstáculos y a esta altura tal vez ya te falten las piernas para continuar corriendo...

¡Quizás en ese momento alguien te alcance una silla de ruedas y vos, vos en contra de toda lógica seguís corriendo! Quizás, porque en el fondo sabés que en realidad no es tu espera, sino que, en la meta, en algún lugar, en otro tiempo está él esperándote a vos. Esperando que llegues a él de la forma que sea, de la forma que puedas. Y si lográs comprender eso, lograrás comprender que ya sos su mamá desde el primer paso que diste en esta carrera”.

El anterior era un texto, que publicó una amiga en su Facebook, de lo que pensaba, sentía, no sé de quién es la autoría, pero cuando lo leí me sentí no identificada, porque no me pasó. Pero sí sentí, desde mi empatía, una profunda comprensión de lo que pasa día a día una mujer que desea convertirse en madre.
La doctora Luisa Barón, psiquiatra especialista en fertilidad, ha realizado un estudio sobre la infertilidad en la mujer. De este estudio, concluye entre otras cosas:

“La historia del deseo de tener un hijo empieza en la mujer mucho antes de llegar a la primera consulta médica por infertilidad. Desde pequeña, independientemente de que sea un hecho cultural o instintivo, la niña juega a tener hijos, nutre y cuida. El juego del embarazo y las elucubraciones sobre el parto son parte del desarrollo normal.

Ya en la pubertad se prepara con gran ansiedad para la aparición de la menstruación como signo de madurez y capacidad de engendrar. Mes a mes la acompañará y en el caso de mantener relaciones sexuales la tranquilizará mientras no exista el deseo de tener un hijo.

Más tarde, cuando toma la decisión de tenerlo, el ciclo ya no es un camino hacia la menstruación. Se convierte en el ferviente deseo de que esto no ocurra. Se confunden los síntomas con los de embarazo y la menstruación es recibida con desilusión y tristeza sólo mitigada por el inicio de un nuevo ciclo. A medida que esto se repite, aparecen sentimientos de vacío y desamparo.

La mujer tiene un organismo preparado para el embarazo. Cuando no lo logra siente atacada su femineidad. Vive este hecho como un castigo. Secretamente lo asocia con situaciones anteriores, vividas con culpa: relación hostil con la madre, abortos provocados, etc. Siente envidia hacia los embarazos de otras y evita el contacto con niños y panzas. Como consecuencia surge un aislamiento voluntario. Cuando expresa frente a otros sus sentimientos, recibe en ocasiones juicios de valor sobre su ansiedad y el ‘escaso’ tiempo transcurrido desde el comienzo de la búsqueda. Esto sumado a los sentimientos de inferioridad por los que atraviesa hace que tema estar viviendo con desmesura esta situación generándole inclusive fantasías de anormalidad. Siente que su identidad, su futuro y su pareja podrían correr peligro. En algunos casos, presionada por su reloj biológico comienza a vivir esta situación con gran ansiedad y características de idea fija. La tristeza deviene depresión.

La infertilidad implica así una crisis que genera intenso estrés, tanto individual como de pareja. A menudo es la primera que la pareja enfrenta en forma conjunta. Hasta ese momento uno puede haber sido el apoyo del otro. En esta crisis ambos son parte del problema. Comparten las emociones, pero las enfrentan con diferentes modalidades, propias de la diferencia de los sexos, cada uno con su personalidad y su bagaje personal.

Cuando deciden consultar no hay un paciente sino dos. Y es difícil que coincidan. Sus tiempos son diferentes. ¿Cuándo es el momento de realizar la primera consulta? ¿Seguimos esperando? Y ya en el tratamiento: ¿Cuándo intentar otra inseminación o cuándo pasar a otra técnica de mayor complejidad?

La negación, componente normal de las primeras etapas de la búsqueda de uno puede oponerse a la ansiedad del otro. Frente a un diagnóstico de patología uno puede sentir que le hizo perder al otro un tiempo irrecuperable.

Atraviesan juntos una larga cadena de pérdidas: la autoestima, la confianza en sí mismos y en la pareja, la comunicación y el placer que hasta ese momento eran parte de sus vidas pueden verse considerablemente afectados. A estas pérdidas se suman las de la independencia y la privacidad que desde la etapa diagnóstica –con sus horarios pautados, exámenes postcoitales, estudios, maniobras dolorosas– provoca una invasión necesaria del médico que deja a ambos miembros de la pareja sumamente expuestos con respecto a aspectos de su vida que hasta entonces nunca habían salido de la intimidad.

El embarazo que no se logra ocupa una gran parte de su tiempo y ambos temen perder en este camino el vínculo amoroso que es lo único concreto que tienen. Por otra parte, es bien conocida la influencia negativa que a menudo ejerce el medio sobre estas parejas, agregando factores de presión, tanto a nivel familiar como social”.