Por Ignacio Posada, vecino de Valeria del Mar, operador turístico y docente.
Hace 4 años, con mi marido, tomamos la mejor decisión de nuestras vidas: abandonar la ciudad y mudarnos a Valeria del Mar, localidad del partido de Pinamar. Desde ese momento, muchas cosas cambiaron y se podría decir que todas para bien. En las próximas líneas me gustaría compartir algunas reflexiones respecto a las ventajas (e inconvenientes) de vivir en un pueblo turístico.
Mejora de la calidad de vida
La consecuencia más visible de la mudanza fue un aumento significativo en nuestra calidad de vida. Logramos bajar varios cambios de nuestro ritmo de vida, sin dejar de ser productivos. El hecho de poder estar al aire libre sin padecer la sensación de inseguridad no tiene precio.
Al vivir en el bosque uno está en constante contacto con la naturaleza, es más consciente del pasar de las estaciones, el largo de los días, la floración de las plantas, la fauna local, las aves migratorias, etc. Sin embargo, de vez en cuando, ocurren visitas inesperadas dentro de nuestro hogar: arañas y créanme, ¡algunas son enormes! No las culpo, nosotros decidimos invadir su medio ambiente y no al revés.
A partir de la pandemia, se popularizó la modalidad de trabajo de “home office”. Sin embargo, acá tenemos nuestras 2 versiones locales, podemos hacer: “beach office” y “park office”. La playa puede ser un excelente entorno para responder mensajes, realizar llamados y tener las ideas más creativas posibles. Cómo decían los griegos, se despierta el ocio creador, es decir que podemos potenciar nuestra productividad a través de la contemplación y la ocupación reposada.
Si bien no somos padres aún, es un excelente lugar para criar hijos. Los niños tienen la libertad de visitar a sus amigos en bicicleta, ir al parque o a la playa sin que sea necesaria la supervisión de un adulto. Es vital para su desarrollo que puedan estar conectados con su parte lúdica y aventurera en esta etapa tan clave de su desarrollo psicoemocional.
Una rutina saludable
Ni bien suena la alarma, nos despertamos, con termo en brazo y Kyoto, nuestra perra, vamos a desayunar a la playa. Un secreto que los turistas suelen ignorar es que la playa de la mañana es la más linda de todas. El sol reflejado en el mar, la paz y la soledad, nos regalan un espectáculo difícil de imitar. Sin lugar a dudas, quién más disfruta del paseo matutino es Kyoto, quién durante la hora del desayuno, juega hasta el cansancio en la orilla. Si el día está nublado o ventoso, la experiencia es la misma, pero en el médano, al refugio de las inclemencias del clima.
Luego de una ducha para sacarnos la sal, nos preparamos para iniciar nuestro día laboral. Tengo la fortuna de vivir a 7 minutos del trabajo y si estoy en modo deportista, son sólo 20’ en bicicleta.
La dinámica del pueblo turístico
Aun no salgo de mi asombro de la metamorfosis que atraviesa nuestra ciudad todos los años. “¿Qué onda el invierno?” es una de las preguntas más frecuentes que suelo recibir. Mi respuesta es simple: es más lindo que el verano y eso que no soy amante del frío. En esta estación, pasamos más tiempo refugiados bajo techo, estudiando, visitando amigos, tomando chocolate caliente, comiendo facturas y subiendo un par de kilos.
Durante la primavera el movimiento de gente se intensifica: vienen los propietarios no residentes a poner lindas sus casas; los locales y restaurantes empiezan con sus preparativos y muchos turistas han descubierto la belleza de la ciudad en dicha estación. Los jardines florecen, los colibríes visitan nuestro jardín, llegan las golondrinas y se respira la adrenalina de la temporada que vendrá.
Con el verano llega el ansiado caos. Durante sus 3 meses, pasamos de ser unos 40.000 habitantes (cifra muy desactualizada que revisaremos en el próximo censo), a ser más de 300.000. Las calles y playas se llenan de vitalidad; tanta de hecho, que se termina en un abrir y cerrar los ojos. Es la época del año dónde se cosechan los frutos de 270 días de planificación. En marzo ya estamos pensando en la próxima temporada: ¿será mejor o peor que esta?, ¿vendrá más o menos gente?, ¿qué otros servicios podría dar?
Una vez pasada la vorágine del verano, llega el melancólico otoño. Al vivir en un bosque todos los cambios son muy visibles. Los árboles pintan la ciudad de un color marrón canela. Lo mejor de esta estación es que es una excelente época para cosechar hongos de pino y níscalos, dos delicias culinarias que los pinamarenses tenemos el privilegio de recolectar en un simple paseo.
No todo es color de rosas
La vida en el pueblo turístico es ciertamente más agradable que la de ciudad. Sin embargo, hay algunos puntos que cabe la pena mencionar. La ciudad ha crecido más rápido que su sistema de salud. Para cuadros más complejos, es frecuente que se viaje a Mar del Plata o Buenos Aires.
Alejarse de los seres queridos también es un desafío. Extrañar a familiares y amigos es una realidad para cualquiera que haya migrado de ciudad. Sin embargo, al vivir en la costa, las visitas a nuestro paraíso son frecuentes.
Si te gusta el anonimato, entonces el pueblo no es para vos. Pude comprobar la veracidad del refrán: “pueblo chico, infierno grande”. Cada acción que uno realiza se viraliza en muy poco tiempo, para bien o para mal.
El último punto para tener en cuenta es el siguiente: si uno no tiene un trabajo, actividad o hobby, la vida acá puede ser demasiado tranquila. Es ideal para ermitaños, pero no para quienes les guste una vida citadina activa con muchos cines, teatros, museos, actividades, etc. Si sos de ellos, éste probablemente no sea tu lugar en el mundo.
¿Qué estás esperando para venirte?
Espero al menos haber podido implantarte la siguiente duda: ¿estás viviendo en el lugar de tus sueños? La vida en Pinamar no es todo arcoíris y amaneceres, pero, en comparación a la ciudad, creo que tiene significativas ventajas.
Las posibilidades de nuestra ciudad son ilimitadas, en Pinamar está todo por hacerse. Es una urbe pujante con mucha creatividad emprendedora. Cada vez somos más quienes tomamos la decisión de exiliarnos de las grandes ciudades en pos de mejorar nuestra calidad de vida. La nueva realidad nos permite descentralizar las grandes metrópolis y por qué no, hacer beach office. Te pregunto, ¿qué estás esperando para venir a vivir a Pinamar?
Foto: Carlos Posada. Gaviotas en Valeria del Mar