Same old, same old

El año 2018 está muy complicado en materia de precios. Nos va a golpear fuerte este próximo semestre. En realidad ya nos viene golpeando, pero cada vez duele más.

En un país sicótico por el dólar, éste llegó a venderse al público por encima de los 29 pesos a fines de la semana pasada. A menos de cinco meses de la presentación de la nueva meta oficial de inflación, que ampliaba a 15% el aumento general de precios previsto para todo el año, dicho objetivo volvió a quedarse corto frente a la aceleración del dólar y el fuerte ajuste tarifario (nadie la creía esa meta, pero no pensábamos que nos iban a licuar así). Hasta hace algunos meses, el precio del dólar parecía completamente controlado, todos viajaban a Miami, teníamos un nivel de reservas que se ubicaba por encima de los 55.000 millones, el Banco Central parecía tener un adecuado poder de fuego para disipar cualquier duda (luego mostró que tenían menos credibilidad que Axel). Recordemos que teníamos hasta hace unos meses un dólar a 18 pesos, pensábamos que la inflación iba a rondar los 15 puntos y los salarios estaban ajustándose en torno a esas estimaciones. En algunos aspectos, siento que estos son peores que los anteriores. Igual los banco y sigo apostando, pero, como muchos argentinos, ya no queda tanto para apostar. Lo que nadie sabía era el plan que se estaba orquestando. Obviamente, esta situación financiera y cambiaria que estamos viviendo no es sólo por propia decisión política. Una suma de factores internos y externos hizo que el humor del mercado cambiara. El relajamiento de metas de inflación anunciado el 28 de diciembre último, sumado a una mala cosecha, la persistencia de déficit gemelos (fiscal y de cuenta corriente) y una suba de la tasa de interés de los Estados Unidos configuraron un escenario donde hoy en día casi el único oferente de dólares es el sector público. Las condiciones vulnerables de la economía doméstica y factores externos más adversos cambiaron el panorama en menos de un mes y obligaron a recalcular todas las previsiones con más pesimismo. Todas malas noticias. Después de dos años de notorio atraso cambiario, el valor del dólar aceleró su avance en el último semestre, y en los últimos dos meses nos la pegó de lleno. Si uno analiza desde el 2003 hasta la fecha y ajusta el dólar según la inflación, hoy el valor debería estar cercano a los 42 pesos (dato sólo para tener noción del atraso real). En realidad, fue el peso el que se devaluó, al punto de ubicar al tipo de cambio multilateral –aquel que mide la relación con las divisas de los principales socios comerciales– en su nivel más alto desde enero de 2014. Un tipo de cambio más alto significa más ventajoso para exportar productos locales. Podemos discutir los que esconden la cosecha o aquellos que prefieren esperar. La realidad es que devaluar no te asegura ser competitivo en términos reales, si bien este tipo de cambio es el más competitivo de los últimos cuatro años. En los últimos 12 meses el dólar acumuló una suba de 78,1% y casi triplicó la tasa de inflación. Acá siempre ganan los mismos, olvidate. A pocos días de promediar 2018, ya sumó un alza de 52,2% (quién va a invertir o producir, si hoy la guita la hacés timbeando, sin contratar a nadie y sin comprar un ladrillo).

A este ritmo, el dólar superará este año el incremento de 54% que registró de punta a punta en 2015. Para el mediano plazo, resta evaluar si el esquema económico actual es sostenible. El acuerdo con el FMI plantea un fuerte ajuste del gasto público, que ante una retracción del consumo y la inversión privada corre el peligro de transformarse en una espiral de ajuste-recesión-mayor ajuste, difícil de sobrellevar (ya conocemos la historia). El verdadero desafío económico pasa por fomentar la competitividad exportadora de nuestro país a través de la implementación de políticas públicas coherentes y sostenidas, generando ingresos de dólares genuinos que nos eviten entrar –una vez más– en el tortuoso juego de convencer a los mercados. Con un avance de 117% desde enero de 2016, la divisa equiparó a la inflación acumulada desde que asumió Mauri, la cual acumuló un 100%. Es cierto que en el primer tramo del mandato la economía padeció la inercia inflacionaria que venía de la gestión anterior de Ella, por la emisión de moneda y los contratos pendientes de dólar futuro, que significaron una enorme masa de pesos que debió emitir el Banco Central. Se añadió el atraso cambiario y tarifario, cuya reversión obligó a una pronunciada devaluación del peso para salir del “cepo” y una inflación muy elevada, más allá de la absorción de liquidez a través de las Lebac. Eso era lógico y había que hacerlo y se hizo de una forma casi perfecta.

El tema es que la devaluación golpea siempre a los más débiles y a los que intentar producir. Este país se hace trabajando y, con estas políticas, no vamos a llegar a ningún lado. Al asalariado que cerró paritarias, lo arruinaron. El pobre, ahora, es más pobre. Todo se traslada a precios. A las pyme que quieren invertir, el crédito se le fue a las nubes. Las grandes multinacionales abarataron la mano de obra. Al tomador de un crédito hipotecario, cuando quiera comprar dólares, no le va a alcanzar ni para comprar un balcón. Finalmente, los que viajan saben que, cuando regresen, el resumen va a doler. En definitiva, los beneficiarios son los mismos de siempre.