Tati García: El recuerdo de un Pionero

El hombre se fue demasiado pronto aunque vivió plenamente tratando de ayudar y colaborar con la gente. Fue fundador del Club San Vicente, su nombre está enclavado en ese espacio que las comunidades tienen para quienes la honraron con su ejemplo. El testimonio de su hija, Karina, nos permite conocer algo más de su vida.

Karina García es hija de Tati García uno de los nombres que la historia reciente del deporte pinamarense se encargó de hacer imborrable. El eje de la charla es el recuerdo de su padre a quien en una sociedad tan proclive al comentario negativo o a la descalificación es de destacar como un modelo de dirigente. Alguien de una época pasada donde Pinamar creció junto a sus instituciones merced al sacrificio y al compromiso con el lugar.

Antes que Karina García, nuestra entrevistada, es la hija de Tati, una circunstancia que la llena de orgullo porque ha visto de cerca el esfuerzo y generosidad de su padre. Un recorrido que le ha significado que el nombre de Tati perdure en el tiempo ya que el Polideportivo Municipal lleva su nombre.

“Pasa eso cuando uno tiene un papá que ha hecho mucho, que le dio su vida al deporte, a los chicos, a la comunidad, al pueblo de Pinamar como yo lo llamo. Él vivía para eso, igualmente tenía sus temas comerciales, su trabajo pero lo de él era que los chicos no estén en la calle, que haya un potrero en el barrio, esa era su misión, creo que vino a esta tierra a eso…a llevar a los chicos a divertirse, a jugar, a competir sanamente. En una nota de Pionero de hace años, leía acerca de la cantidad de chicos que habías llorado en su pecho tanto por perder como por ganar. Esa era su vida, vivir para el deporte y los chicos”, asegura.

Karina lamenta la ausencia de los clubes de barrio, como punto de reunión, de integración familiar y donde se organizaban ravioladas o asados con el fin de recaudar fondos para la institución.

Tati y sus hermanos y la gente que acompañó en esa época le dieron forma a un proyecto y fundaron el Club San Vicente, una institución representativa del quehacer local. Se levantaban paredes, se organizaban rifas y las mujeres cosían.

“Allá por el 70 o 71, los pibes del San Vicente viajaron por primera vez a Ríver para competir. Fueron cinco micros repletos de jóvenes atletas que iban detrás de su sueño. Y no solamente mi padre y mis tíos, sino que hubo mucha gente la que trabajó. El club se llama así por mi abuelo. El primer presidente fue un tío abuelo mío allá por marzo del 68 cuando comenzó el recorrido”, amplía.

Karina recuerda que cuando la señora Cecilia Bunge de Shaw les regala el terreno para la sede no había calle. El club era un médano, repasa.

“Cuando se funda el San Vicente no había plata, muchas veces era plata de los mismos bolsillos de los que trabajaban para hacer la obra o integrantes de la Comisión Directiva. Por ahí se hacía una campaña del hierro y se recorrían las obras en construcción que había por esos años en búsqueda de varillas, en otro momento la búsqueda eran bolsas de cemento. De ahí el carácter popular de la institución”, relata.

Hasta los cubiertos iniciales del club fueron producto de la donación de la gente.

Aquellos chicos crecieron y con el paso del tiempo el esfuerzo y las anécdotas se acercaron en mucho a la leyenda. Aparecieron los relatos de viajes y sucedidos, donde la calidad humana de Tati se hacía presente. No son pocos los que conocieron Buenos Aires al ir a competir. Así pasaron entre sus dirigidos Los carasucias. O aquellos chicos que vivieron la experiencia inolvidable de viajar, nada menos que a los Estados Unidos, representando al club. Pero la lucha no terminó con la realización del club sino que se continuó en hacer realidad el Polideportivo.

Karina no habla con tristeza sino que su emoción es superada por el orgullo por su padre. Hay mucho para escribir y recordar. Será misión de cada pinamarense recordar su esfuerzo y que no sea olvidado porque en un mundo escéptico y descreído el ejemplo de Tati García es un canto a la esperanza.